Cummings y el cine

Recostada en la cama, la actriz Barbara Hershey recitó dulcemente, en el filme Hannah y sus hermanas (Woody Allen, 1986), dos estrofas de un poema de e.e. cummings. Mucho me acuerdo de aquella dulce mañana en que el también poeta Martínez Sarrión y yo tratábamos de recordar, mientras paseábamos por el Retiro, la citada composición del escritor estadounidense. Sorprendentemente, tanto Sarrión como servidor recitamos al unísono el mismo verso. El cual siempre suena delicioso al oído, pese a que nuestras voces -tan graves- están desprovistas de la dulzura de Hershey:

nadie, ni siquiera la lluvia, tiene unas manos tan pequeñas

Dicho lo cual, podría el lector suponer que la poesía de cummings es cinematográfica. Desde luego que lo es, pero no tanto por la temática:

de repente-las Luces se encienden, a la hora justa

como por la manera en que brota -nerviosa y lúdicamente- todo su imaginario:

tío Frank no ha hecho nada durante muchos
años salvo volar cometas y
cuando la
cuerda se rompe(o algo)mi tío Frank rompe a
llorar. mi tío Tom

hace punto y es una kewpie por encima de las orejas(pero

mi tío Ed
que está muerto de cuello

para arriba es conducido a lo largo de toda
Battle Street por un perrillo castrado

Los versos de cummings parecen encuadrados y montados, más que escritos: acotan una escena o una imagen a través de la mirada. Se diría que la realidad palpable -al igual que el lenguaje representativo- es insuficiente. De ahí que la oscilación entre la jerga callejera, el refinamiento de la propia poesía y el ritmo de una canción rock provoque jadeos métricos, intencionados y fortísimos quiebros sintácticos que abrazan la agramaticalidad. Como el cineasta que parpadea al encadenar una escena con otra.

Del inconformismo tipográfico de e.e. cummings no se salva, en efecto, ni su propio nombre, que él escribía en minúsculas y sin el debido espacio entre sus dos iniciales. «Era tan libre que su curiosidad parecía indecente«, dijo el filólogo y poeta Antonio M. Figueras (ABC, 21/10/2006), uno de los responsables de la selección y edición de Buffalo Bill ha muerto (1996), la estupenda antología que Hiperión dedicó al poeta estadounidense. Y tiene razón Figueras: el atrevimiento de cummings es propio del curioso niño que está aprendiendo a escribir.

Ya dije en otro lugar que uno empezó a desconfiar del lenguaje estándar (estupendamente reflejado en los manuales de instrucciones y en el discurso de algunos docentes) a partir de los cuatro años: el colegio fue el principal culpable de que comenzase a desarrollar paralelamente mi faceta poética, primero componiendo canciones satíricas y luego -ya en la adolescencia- poemas líricos. Quería soñar, huir de un artefacto aséptico y fútil, ofrecer una respuesta alternativa, explorar (sin saber muy bien cómo hacerlo) expresivos caminos que me permitieran contemplar las piedras y pensar, al tiempo, en las estrellas… A cummings probablemente le ocurriese algo parecido, y por eso siempre he creído que le iría como anillo al dedo aquella frase atribuida -creo- a Picasso: «Tardé cuatro años en pintar como un maestro y toda una vida para pintar como un niño«.

El atrevimiento de e.e. cummings está justificado, de la misma manera que está justificada la propia poesía, que es, a fin de cuentas, una rotura lingüística (ahí están las metáforas, las metonimias, el ritmo, las hipérboles, la rima y otros recursos más cercanos al habla que al lenguaje académico). La justificación, decía, es sencilla: cummings atiende al contenido de las palabras, no al continente:

como el sentimiento es lo primero
quien presta atención
a la sintaxis de las cosas
nunca te besará completamente;

Y ya se ha dicho que la fuerza del autor de Buffalo Bill ha muerto sobrepasa a veces el lenguaje. Sus poemas, no cabe duda, nacieron para ser leídos en voz alta: cantan el gozo de una piel como pradera libre. Así, a través de la declamación, las medidas dosis de cinismo, de ironía, de ingenuo lirismo y de romanticismo forman un cóctel explosivo: y el contenido emocional del poema cobra vida. Del mismo modo, no exagero al decir que algunas de sus oraciones -escritas sin respeto a los renglones, entrecortadas por puntos y comas…- no parecen tener sentido hasta que son leídas en voz alta:

(…) mientras tanto yo

mismo etcétera estaba tranquilamente tumbado
en el profundo barro et

cétera
(soñando,
et
cétera,con
Tu sonrisa
ojos rodillas y con tu Etcétera)

Para terminar, he de confesar que me encanta el dibujo de la portada de la antología de Hiperión: el público de una sala cinematográfica contemplando, en un primer plano, un hermoso y clásico rostro femenino. Es esa una buena forma de reflejar la concepción visual de su obra. No obstante, creo que la mejor imagen correlativa para ilustrar la poesía de cummings sería una muchacha jugando -indiferente y magnífica- en el río, a la caída de una tarde de verano. El bañador rosa -un tanto cursi, más bien propio de una niña- apretaría casi violentamente su cintura joven (a la que uno querría enzarzarse), su trasero de cera virgen, sus agudos pezones… En su teléfono móvil de última generación, la nerviosa y elástica voz de Lindsey Buckingham (líder del grupo Fleetwood Mac en la segunda mitad de los 70) cantaría «What Makes You Think You’re The One?» (¿Qué te hace pensar que eres tú?) o «Never Going Back Again» (Nunca volveré). No busquen razones: la coherencia de la poesía está hecha de ritmos, como diría Octavio Paz. Ritmos y emociones.

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