Dolor y dinero

Dolor y dinero: Soy siete veces más fuerte que tú

Por todos es conocido el cariz de juguetito de niño caprichoso que toma el cine en manos de Michael Bay. El director angelino tiene esa megalomanía digna de Napoleón no solo en lo que se refiere a lo que entra en pantalla, parece ser que también detrás de ella. Sus productos suelen ser vendidos con una campaña de promoción que también puede desprestigiarle, pero eso no parece importarle mucho porque en realidad, ¿qué prestigio tiene dentro de la industria?

 

Su nueva incursión en el cine de acción viene precedida de cierto bombo por ver a dos actores ya de por sí hercúleos extra ciclados, con siete comidas diarias para hacer bueno el tema principal de la serie David, el gnomo. En el filme se puede ver a la cabeza de Mark Wahlberg emerger de cuando en cuando entre músculos y a Dwayne Johnson dando más sentido que nunca a su apodo como luchador, La Roca. Por tanto, quien quiera distraerse viendo carne dura, tersa y excesiva puede darse aquí un festín.

 

Dolor y dinero

 

La sinopsis de turno es otro cantar. En esta ocasión se cuenta la historia de tres culturistas que por diversas razones necesitan dinero y, siguiendo el sueño americano de grandeza, deciden robárselo a un hombre con montones de billetes representado de forma un tanto racista como un judío sin un ápice de benevolencia. Esto no deja de ser una excusa para enseñar cacha (de ambos sexos, la femenina de forma estúpida) y rodar un vídeo musical de 129 minutos.

 

Es apreciable que Bay se olvide por un momento de rodar una y otra vez la misma secuencia cambiándole el color a los robots transformables y vuelva por el fuero que le dio un nombre y marcó su estilo. Este nuevo filme significa el retorno a un cine de acción muy personal en el que las explosiones, carreras y mamporros siguen teniendo una importancia supina, pero en el que los efectos especiales no atañen tanto como la vertiginosidad y el humor. Como bien se encarga de repetir el propio director durante las dos larguísimas horas que dura la función, Dolor y dinero toma una historia real y rocambolesca causando con ella dolor en la historia del cine a base de un montaje machacón, secuencias (démosle cancha al bueno de Michael) reimaginadas y una cámara lenta efectiva pero cansina.

 

Mark Wahlberg en Dolor y dinero

 

Si algo tiene de insólito la película es el uso de la voz en off por parte de todos los protagonistas. No es común ver alternancia en el narrador de unos hechos y, en ocasiones, ayuda a quitarse de un plumazo ciertos aspectos necesarios que (debe pensar el responsable) pueden resultar plomizos. No es menos cierto, por otro lado, que si con una sola voz es bastante fácil caer en la reiteración auditiva de lo que se muestra en pantalla, ampliando los narradores a cuatro y con un director al que la coherencia le importa lo mismo que la opinión que se guarde de él, la sensación es la misma que si Mark o Dwayne leyeran el guión sin interpretarlo.

 

Sin resquicio de duda lo más atrayente del filme recae sobre la visión nostálgica de la década de los noventa. Los seguidores de Bay tienen (tenemos) marcada su primera película como un icono de la época, y el homenaje (¿autoplagio?) es notable. Es imposible sacudirse del recuerdo las postales que se ofrecían de Miami en Dos policías rebeldes (1995): planos aéreos de los rascacielos, aviones surcando el cielo por encima del letrero de la ciudad; Dolor y dinero es el mismo largo pero tratado como un artículo vintage y desde el otro lado de la ley.

 

Es innegable la puntería del director de La Roca (1996) para rodar de forma trepidante, divertida y patriótica filmes con poco que ofrecer si no llevasen su estampa. Si alguien le enseñara la supremacía de la lógica frente al impacto visual y le hablara de la herramienta para cortar en la sala de montaje, podría ser fantástico.

 

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